Cuando
dijeron que la actividad de verano sería el Camino de Santiago, dudé mucho si
ir o no, pero un día alguien me impulsó a hacerlo.
La
noche antes del Camino, cuando llegué a casa después de la Misa de envío, sentí
mucho miedo, empecé a pensar en que a lo mejor, no había hecho lo correcto y que
yo no estaba preparada para ello, pero ya no había vuelta atrás.
El
viaje estuvo cargado de emociones, me reí mucho, pero también lloré, y nunca me
faltó un hombro sobre el que hacerlo ni tampoco una persona con la que hablar.
Hubo
dos días en los que no pude terminar y me sentí muy mal, pensé que estaba fallando,
pero alguien me dijo: yo voy a hacerlo por ti, ahí me di cuenta de cuando
decían que el Camino de Santiago te hacía reflexionar sobre muchas cosas y
aprender de ellas.
Cuando
llegamos a Santiago, entendí por qué Dios me había mandado este reto, fue para
que me diera cuenta de que soy más fuerte de lo que pensaba, y que Él siempre
está ahí, a tu lado, ayudándote y mandándote señales.
No
puedo decir que el Camino fue fácil, pero lo logré, y eso no hubiera sido
posible sin unos amigos que estuvieron a mi lado en todo momento, sin mi
familia que aunque fuera a distancia me apoyaba continuamente, sin Javi y Ester
que fueron los que me animaban a seguir y me cuidaron muchísimo, pero sobre
todo sin Él, por haberme hecho tomar esa decisión y por haberme ayudado
siempre, y porque sé que siempre está conmigo, sobre todo en los momentos
difíciles.
Un abrazo.